Sobre el Alma y la Conciencia de Carl G. Jung
Dice así:
Dada la imposibilidad de enfrentarse
al estudio del alma desde una concepción moderna, ya que esta debió de
extraviarse en la estratosfera de tanto elevarse a los cielos en siglos
pasados, hemos de agarrarnos a la vieja concepción y observar lo que hay de
útil y aprovechable en ella; sin olvidar, que tan fantástica es la hipótesis de
un espíritu autónomo del que surgen almas individuales, como la hipótesis
contraria, en la que el alma parece derivarse de la progresiva complicación de
los sistemas que componen el cuerpo.
“Según la vieja concepción, el alma
representaba la vida en el cuerpo por excelencia, el soplo de vida, una especie
de fuerza vital que, durante la gestación, el nacimiento o la procreación,
penetraba en el orden físico, espacial, y abandonaba de nuevo el cuerpo moribundo
con su último suspiro. El alma en sí, entidad que no participaba del espacio
pues era anterior y posterior a la realidad corporal, se encontraba situada al
margen de la duración y gozaba prácticamente de la inmortalidad.
Evidentemente,
esta concepción, vista desde el ángulo de la psicología moderna, es una pura
ilusión. Como no pretendemos hacer aquí metafísica, ni moderna ni antigua,
busquemos sin prejuicios lo que hay de empíricamente justificado en esta
concepción pasada de moda.
Los nombres
que el hombre da a sus experiencias son a menudo muy reveladores. ¿De dónde
proviene la palabra seele (alma)? El
alemán seele y el inglés soul son en gótico saiwala, en germánico primitivo saiwáló, emparentado con el griego aiolos, que significa movedizo, abigarrado,
tornasolado. La palabra griega psyché
significa también, como es sabido, mariposa. Por otra parte, saiwáló, es un compuesto de viejo eslavo sila (fuerza). Estas relaciones aclaran la
significación original de la palabra Seele (alma): el alma es una fuerza motriz, una fuerza vital.
Los nombres
latinos animus (espíritu) y
anima (alma), son lo mismo que el
griego anemos (viento). La otra
palabra griega que designa el viento, pneuma, significa también, como se sabe, espíritu. En gótico encontramos el
mismo término en forma de us-anan (austmen o expirar) y en latín, an-helare (respirar dificultosamente). En el viejo
alto alemán spiritus sanctus se
expresa con atum, atem (aliento). En
árabe, rih (viento), ruh (alma o espíritu). El griego psyché tiene un parentesco análogo con psycho (soplar), psychos (fresco), psychros (frío) y physa (fuelle). Estas relaciones muestran
claramente que en latín, en griego y en árabe el nombre dado al alma evoca la
representación viento agitado, de soplo helado de los espíritus.
Paralelamente,
los primitivos tienen una visión del alma que le atribuye un cuerpo formado de
soplos invisibles.
Fácilmente
se comprende que la respiración, que es un signo de vida, sirve para designarla
con el mismo derecho que el movimiento o la fuerza creadora de movimiento. Otra
concepción primitiva ve el alma como un fuego o una llama, siendo el calor
también una característica de la vida. Otra representación curiosa, pero
frecuente, identifica el alma y el nombre. El nombre de un individuo sería,
según esto, su alma, y de aquí la costumbre de reencarnar en los recién nacidos
el alma de los antepasados dándoles los nombres de estos. Esta concepción
equivale a identificar la parte con el todo, el yo consciente con el alma
expresa; frecuentemente, el alma es confundida también con las profundidades
oscuras, con la sombra del individuo; de aquí que pisar la sombra de alguien
sea una ofensa mortal. Esta es la razón de que el mediodía (la hora de los
espíritus en el hemisferio sur) sea la hora peligrosa: la disminución de la
sombra equivale a una amenaza contra la vida. La sombra expresa lo que los
griegos llamaban el synopados, ese algo
que nos sigue detrás, esa sensación imperceptible y vivaz de una presencia:
también se ha llamado sombra al alma de los desaparecidos.
Estas
alusiones bastan para demostrar de qué manera la intuición original elaboró la
experiencia del alma. Lo psíquico aparecía como una fuente de vida, un primun
movens, como una presencia sobrenatural
pero objetiva. Esto explica qué el primitivo pudiera conversar con su alma;
esta tiene una voz, que no es exactamente idéntica a él mismo ni a su
conciencia Lo psíquico, para la experiencia originaria, no es, como para
nosotros, la quintaesencia de lo subjetivo y de lo arbitrario; es algo
objetivo, que brota de forma espontánea y que tiene en sí mismo su razón de
ser.
Esta
concepción, desde un punto de vista empírico, está perfectamente justificada;
no solo al nivel primitivo, sino también en el hombre civilizado, lo psíquico
resulta ser algo objetivo, sustraído en gran medida a la arbitrariedad de la
conciencia: así, somos incapaces, por ejemplo, de reprimir la mayoría de
nuestras emociones, de transformar en buen humor un humor detestable, de
provocar o impedir sueños. Hasta el hombre más inteligente del mundo puede ser
presa en ciertas ocasiones, de ideas de las que no logra desembarazarse, a
despecho de los mayores esfuerzos de voluntad. Nuestra memoria da los saltos
más increíbles sin que podamos intervenir más que con nuestra admiración
pasiva; nos pasan por la cabeza fantasías que ni hemos buscado ni esperamos. Es
cierto que nos halaga ser los dueños en nuestra propia casa. En realidad,
dependemos en proporciones angustiosas, de un funcionamiento preciso de nuestro
psiquismo inconsciente, de sus sobresaltos y de sus fallos ocasionales”.
Aquí cabe perfectamente
preguntarse de dónde surgen todas las ideas buenas y saludables que nos vienen
de improviso, de dónde surge el entusiasmo, la inspiración, la sensación de
vida en plenitud o esa sensación de libertad que se tiene cuando uno se pierde
en medio de la naturaleza, pero no con la intención de dar una respuesta
concreta e indiscutible; es más, resultaría muy revelador observar el esfuerzo
empleado en dar respuesta a estas preguntas para determinar hasta qué punto
estamos dispuestos a aceptar o rechazar lo espiritual como determinante del
origen de nuestras acciones o, incluso, de nosotros mismos.
Dicho esto, y rota otra lanza en
favor de la resurrección del espíritu perdido, creo que podemos entrar
directamente en el siguiente tema: consciente e inconsciente.
Quedémonos con este bello
párrafo que considero más que suficiente para nuestro fin:
💎“Solo hay
una diferencia esencial entre el funcionamiento consciente y el funcionamiento
inconsciente de la psique: el consciente a pesar de su intensidad y su
concentración, es puramente efímero, se acomoda solo al presente inmediato y a
su propia circunstancia; no dispone por naturaleza, sino de materiales de la
experiencia individual, que se extienden apenas a unos pocos decenios. Para el
resto de cosas, su memoria es artificial y se apoya esencialmente en papel
impreso. ¡Qué distinto es el inconsciente! Ni concentrado ni intenso, sino
crepuscular hasta la oscuridad, abarca una extensión inmensa y guarda juntos,
de modo paradójico, los elementos más heterogéneos, disponiendo, además, de una
masa inconmensurable de percepciones subliminales, del tesoro prodigioso de las
estratificaciones depositadas en el transcurso de la vida de los antepasados,
quienes, por su sola existencia, contribuyeron a la diferenciación de la
especie. Si el inconsciente pudiera ser personificado, tomaría los rasgos de un
ser humano colectivo que viviera al margen de la especificación de los sexos,
de la juventud y de la vejez, del nacimiento y de la muerte, dueño de la
experiencia humana, casi inmortal de uno o dos millones de años. Este ser se
haría indiscutiblemente por encima de las vicisitudes de los tiempos. El
presente no tendría más significación para el que un año cualquiera del
centésimo milenio antes de Jesucristo; sería un soñador de sueños seculares y,
gracias a su experiencia desmesurada, un oráculo de pronósticos incomparables.
Pues habría vivido un número incalculable de veces la vida del individuo, la de
la familia, la de las tribus, y la de los pueblos y conocería, como una
sensación viva, el ritmo del devenir, del desarrollo y de la decadencia”.
La analogía que se puede hacer
con la experiencia mística oriental resulta evidente. Ese mirar hacia dentro
para descubrir la verdadera realidad, buceando en las profundidades del océano
de la conciencia desde dónde puede surgir a la mente consciente cualquier objeto,
pensamiento o emoción alguna vez imaginada, soñada o experimentada por
cualquiera de nosotros o de nuestros antepasados, de cualquiera de las formas
posibles de vida existente o ya extinguida. Esta práctica buceadora, que no es
otra que la práctica de la meditación o el control del flujo de pensamiento
consciente que nos permite observar en la profundidad, provoca un progresivo
alejamiento de la inevitable intensidad absorbente de la experiencia vital. La
realidad deja de ser una obsesión momentánea y se convierte en el producto de
una forma de vida alineada con ese flujo colectivo inconsciente que une a todos
los seres.
1. La conciencia no es
continua, es intermitente; si se suman las fases conscientes de una vida humana
obtendremos la mitad o los dos tercios de su duración.
2. El inconsciente es un estado
constante, duradero en el que a veces cae la actividad consciente, pero aún
cuando la actividad consciente predomina, el inconsciente no cesa su sueño
perpetuo. Este sueño emerge por la noche y durante la jornada, lo hace en forma
de pequeñas perturbaciones, como ideas repentinas, imaginaciones espontaneas, errores
en el lenguaje o actos fallidos, todos ellos independientes, sin formar una
continuidad, pero unidos entra sí por sus raíces subterráneas.
3. Los contenidos del
inconsciente se pueden dividir en tres clases:
·
Contenidos
inconscientes asequibles: formados por la gran masa de acontecimientos de
nuestra vida que han caído en el olvido pero que con un momento de
concentración vuelven al plano consciente. La orientación en el tiempo como
consciencia del tiempo transcurrido, incluso en estado de sueño, también forma
parte del contenido consciente asequible
·
Contenidos
inconscientes mediatamente asequibles: son los mismos, pero que exige un mayor
esfuerzo el hacerlos conscientes, como por ejemplo ese nombre que no te viene a
la cabeza hasta pasado un buen rato o incluso días o un recuerdo intenso
despertado inconscientemente durante un paseo, que ha sido provocado por un
olor, un sonido o una imagen particular a la que no se ha prestado especial
atención.
·
Contenidos
inconscientes inasequibles: estos existen en número y amplitud indeterminada,
si observamos todos los recuerdos que tenemos de la infancia podemos darnos
cuentas de cuantos se han “perdido” en el océano del inconsciente, en muchas
ocasiones los cinco o seis años primeros de nuestra vida han desaparecido, pero
no sin haber dejado su huella. Casos neuróticos indican la presencia de
contenidos inconscientes que el sujeto no puede precisar ni definir. Las ideas
creadoras que brotan inesperadamente y que nos hacen sorprendernos de nosotros
mismos, y las miles de ellas que siguen durmiendo.
4. Para el hombre primitivo el
pensamiento tiene su asiento en el vientre por ser este el lugar afectado por
la intensidad emocional del mismo. El sistema hindú de meditación se basa en
este pensamiento primitivo y establece una serie de escalones que pasando por
el estómago, el corazón y el cuello terminan en la cabeza. Para nosotros la
conciencia está localizada en el cerebro, pero la conciencia no es toda la
psique; la psique es todo el cuerpo, cuyo centro, filogenéticamente, no está en
la cabeza, sino en el vientre, en su amasijo
de ganglios. Estos últimos constituyen sin duda la base original de la entidad
psíquica, mientras que los hemisferios cerebrales han contribuido esencialmente
a la elaboración de la conciencia, cuya localización indica ya que constituye
una función perceptiva, un órgano de percepción.
5. Ser consciente es percibir y
reconocer el mundo exterior, así como al propio ser en sus relaciones con el
mundo. Ese sí mismo que se reconoce en un ambiente es el centro de la
conciencia, el “yo”. Cuando no hay puente que una el objeto con el “yo”, el
sujeto es inconsciente, es como si no existiera. La conciencia, se puede decir
que es una relación psíquica con una condensación o amontonamiento de datos y
de sensaciones llamada “yo”. Estos datos se corresponden con una posición del
cuerpo en el espacio, con las sensaciones de frío, calor, hambre…, con la
percepción de sus estados afectivos y con una masa de recuerdos. Sin todo esto
no puede haber conciencia. Sin embargo es el estado afectivo el que nos hace
tomar conciencia de nosotros mismos con mayor agudeza, llevándonos del estado
inconsciente al consciente por la vía de la colisión, ya sea contra un suceso
inesperado o una costumbre arraigada que provoque un considerable sobresalto
afectivo. El sufrimiento es un gran despertador.
6. El egoísmo, hasta cierto
grado, es una pura necesidad. Sin este poderoso impulso fundamental no
podríamos mantener nuestra conciencia y volveríamos a caer en un estado crepuscular.
El hombre primitivo puede permanecer sentado durante horas en una inercia
total, nada se produce en él, no hay motivo para suponer que se agite
pensamiento alguno en su conciencia; sin embargo, en su aparente estado de
reposo absoluto, el inconsciente ejerce una actividad vivaz, de la que pueden
brotar ideas repentinas e interesantes, pues el hombre primitivo es un maestro
en el arte de dejar hablar a su inconsciente y de prestarle fina atención.
Continuará...
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